jueves, 28 de junio de 2012


ARTECON: 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 13. Escribe hoy: Pablo Pérez Quevedo

Recuerdo haber llegado a Artecon como a Bolívar y como a la vida, como un paracaidista. Esta comparación no significa que se deba imaginarme desafiando la fuerza gravitatoria en la rotonda de la 226, ni carrreteando contra la vereda de Avellaneda al 700, mucho menos enredado entre telas y sogas en una sala de maternidad. Más bien se familiariza con esta manera aleatoria, tan a propósito, de vivir.
Pasé la puerta roja con entusiasmo, y cuando observé tanta gente reunida en lo que supuestamente era un ensayo, me agarró una especie de nerviosismo. Venía de hacer teatro en un grupo independiente deroense que me recibió a los 15 años, en el que nos costaba mucho superar los cuatro integrantes, contando al director, sin por eso perder la esencia y la fuerza. Pero tanta convocatoria me asombró, siendo una de las características de Artecon, la magnífica manera de sostenerse a través del compromiso de sus integrantes.
Me recibieron, me hicieron un lugar y allí estuve durante todos mis años de tránsito bolivarense. Me integré a los trabajos en la sala y al poco tiempo estaba participando en los ensayos de mi primera interpretación. Me brindaron dos herramientas muy valiosas, confianza y libertad. Confianza para ser parte, libertad de ser y salir cuando quisiera… y eso hice. Avanzo en estas letras tratando de distanciarme sentimentalmente de mis recuerdos, ya que no son pocos… estoy detrás de la cortina negra de la que distaba un metro la pared inamovible de la medianera, y que de adelante se veía como un lugar profundo en el que los actores entraban para perderse en el mundo de sus personajes. El valor de los momentos previos vamos al camarín, apretados maquillándonos, las risas, las caras, la puerta corrediza y ¿quién quiere ir al baño justo ahora? donde los nervios aprietan partes de la mente, que se activan solamente a partir de ellos me siento extraño y estoy seguro que me olvidé toda la puta letra… pero si sabés que mágicamente siempre brota cuando uno sale de su humanidad y vuelve a personificarse… ah pero por eso me olvido  y el mundo cobra otro valor y los niveles de realidad comienzan a derretirse es una locura, estamos sintiendo el calor de los reflectores que empiezan a pegar en el decorado, la música… Surgen las complicidades, vos espiá por ese agujerito, ¿vino mucha gente? y compañerismos,  cuidado que la escalera hace ruido –¿Qué? ¡Que hace ruido y si te grito nos escuchan! Pisá despacito que esa parte de las tablas rechina (sería como una gran mujer de origen hongkonés) – pará, no me hagas reír. Hay una activación de los métodos memo-técnicos que nos protegen del olvido inoportuno y ¿cómo era el pié? Nonononoooo, mirame, mirame, dale mirame… y la tranquilidad profesional que se alcanzó con los ensayos ¡me hago encima! Cierto, cierto el personaje, tengo que buscarlo… no,  no, mejor salgamos juntos y nos encontramos arriba, frente al público además de la seguridad de uno mismo es peligroso, puedo generar un tremendo despelote… y ¿así escribiría un poeta? Si, tremendo despelote, debo tranquilizarme, concentrarme. El público, el enigma siento la respiración de la gente, siento sus ojos, puedo alcanzarlos, puedo comunicarme y el estar siempre tranquilo, calmado ¡si no voy al baño ya, me hago y no es broma! Vamos relajate y volvete a tensar, no salgas ni duro ni blandito, ¡uy! y ahora me toca empezar en escena, me enciendo junto con las luces. Artecon me brindó la maravilla de los infantiles esto está lleno de chicos, y ¿si no logro captar su atención? ¿Pero por qué no se callan? ¡Cómo me voy a hablar a mi mismo si en realidad debo ser otro! Igual no debo expandirme, tengo que sintetizar movimientos y expresiones. ¿Quién me toca? Ah, sus risas, sus pequeños ojitos en mi sueño de hacerles bien.
Pasan tantas cosas en el mundo Artecon… el escenario de ese tiempo era semicircular, la gente asiste al teatro como a un ritual, el escenario es el altar de los sacrificios donde los personajes nos inmolamos o nos amamos y hacemos esas cosas que podríamos hacer en cualquier lado, pero solamente ahí suceden como un redondel cuya base se escondía atrás del decorado para inventar el recorrido por un mundo reducido, que hasta matemáticamente tiende hacia el infinito.

No seré quién brinde nombres propios, ya que todos los saben. Pero quiero expresar mi admiración por un grupo humano que se trasciende, que trabaja constante e incansable, para crecer. Me guardaré para mis adentros, el mundo que inventamos juntos, cada sonido, cada viaje, cada anécdota (que irán aparte), cada ensayo… nuestros tantos acuerdos y poquitas diferencias, la posibilidad de discutirnos y reinventarnos. Eso de hacernos amigos a partir del vínculo artístico y volver a vernos cada vez, sabiéndonos unidos por lazos tan invisibles como indestructibles.
Artecon, ese ser teatral que cumple 30 años, en el proscenio de su vida, se carga al hombro tanta gente, tanta historia, tanto compromiso con el hacer… y camina con pasos lúcidos, sorteando las bambalinas sin agacharse, atravesando sus posibilidades, para superarse en cada uno de esos aplausos que llueven, junto con la caída del telón.

Pablo Pérez Quevedo

Pablo Pérez Quevedo, nacido en la ciudad de Daireaux, vive actualmente en La Plata. Participó como actor en 4 puestas de Artecon entre 2001 y 2003 con un total de 27 funciones. Integró los elencos de El Saludador, El Tucán Escocés, El Herrero y la Muerte y Paula.doc. Es cantante de tangos y escritor, rubro en el que ha obtenido numerosas distinciones.

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