jueves, 28 de junio de 2012


ARTECON: 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 16. Escriben hoy: María Emilia Mariani y María Laura Santos

Un comedor escolar, un día de los ´90.
Nuestra primera “reunión”. Llegamos en bici, 6 amigas con demasiadas expectativas y muchas preguntas. Atravesamos el pasillo de columnas con nuestras bicis, estacionamos (amontonamos las bicis en una pared), entramos, y ahí estaba nuestro querido Chama, sentado en un banco, esperándonos, en el medio de un espacio vacío de tonalidad gris, no se presentaba y nosotras tampoco. Nos sentamos las 6 en un banco frente a él. Y por fin la presentación:
- Soy Chamaco.
A partir de ese momento toda la reunión se tiño de tentadas colectivas, cuando una paraba de reírse la otra comenzaba y así, sin poder parar casi en ningún momento y sin dejar avanzar la reunión. Una hablaba y las otras 5 movían el banco, conteniendo la carcajada. Esto que duró no sabemos bien cuánto, fue una eternidad, pareció una reunión de horas. La noción del tiempo se distorsiona. Y más aún si contamos algo que fue hace mucho tiempo. Así nos conocimos, riéndonos de nosotros mismos. Y esto no es un dato al pasar, fue algo que tiñó toda nuestra estadía en Artecon. Siempre riéndonos. Eso nos destacó, éramos insoportablemente risueñas. Y todo lo que hacíamos, primero, nos divertía. Tomamos nuestras bicis, con la promesa de volver la clase siguiente. Y así fue.
En algún momento, otro día de los ´90 se agregó un compañero, Manuel Mosca, al cual le hicimos la vida imposible, cosa que soportó heroicamente. Y tuvimos de profesor algunos viernes a El Mono. Cosas recordamos de él: el ejercicio de “sondeo sensorial”, en el que manejamos un Citroen toda una clase, esas veces que despertaba locamente explicando estados, arrebatos divertidos y necesarios que nos dejaban con los ojos abiertos u, otra vez tentadas, un buen rato, su pregunta constante sobre las sensaciones y la espera de la respuesta. El claramente, no hablaba por nosotras, y entendía que nosotras teníamos que poner en palabras lo sucedido; y por último el día que vino desde La Plata a ver la muestra, fue un gesto muy cariñoso que todas agradecimos. La muestra de taller fue en el comedor, “Nadie puede saberlo”, autor chileno que no recordamos el nombre. 5 locas (interpretadas por Carolina, Carla, Melina, María Emilia, y Laura; Antonella dejó el taller) y un loco (a cargo de nuestro paciente compañero Manuel). No podía ser más perfecto todo.
Y así el año siguiente y así… cada una participó de diferentes proyectos, de diferentes charlas, mateadas, asados, locros, viajes. Todas tenemos textos que recordaremos o personajes queridos, a los que aún mencionamos.
Caro y su japonesita hermosa “.- Soy Tucolita Sacayama, una señola muy oriental, tengo letoltas y plovetas, que utilizo pala experimental…” (Texto acompañado de una mini explosión en un tubo de ensayo, que muchas veces hizo arder los ojos de Caro hasta el llanto).
Mari en su inolvidable Bruja Maruja. Que la volvió a conectar con lo sensible, y lo lúdico del teatro.
Carla en su Rana René, personaje que le costó más que un disgusto por el vestuario que requería, a saber: ¡calza verde híper ajustada!
Melu, en Mongorito y el lobo, grabando con su hermosa voz muchos de los temas de la obra.
Lau, repitiendo “.-El silencio grita, yo me callo, pero el silencio grita”, en Dolores de “La Malasangre”.
Ahora todas, de alguna manera, somos teatreras. La una volvió para cantar, la otra nunca se fue, las otras dos se sientan para ver, y cada tanto puertas adentro participan del hacer. Así con verso y todo.

María Emilia Mariani y María Laura Santos.

María Laura Santos, es actriz y Profesora de Teatro, María Emilia Mariani, es Psicóloga, ambas viven en Buenos Aires. Las dos son egresadas de la Promoción 95 del Taller de Adolescentes del Grupo. Laura participó en dos obras con 17 funciones: La Malasangre y Tartufo. En tanto María Emilia realizó 4 obras en el grupo con un total de 38 funciones: El Tesoro del Cofre de la Casa de la Bruja, Pampa del Infierno, Mongorito y el Lobo y Tartufo.


ARTECON: 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 15. Escribe hoy: Mario “Chiqui” Cuevas

  AQUELLOS SONIDOS

Soy un antiguo integrante de Artecon que ingresó al grupo en la década del ochenta, (uno que yo sé se acordará la fecha, seguro), no por poseer una marcada vocación teatral, sino por una profunda amistad con dos de sus integrantes (unos tipos apellidados Valdez y Lanzoni, no sé si les suenan). Nunca tuve aspiraciones de actor, aunque subir a las tablas en esos días no me hubiese venido mal para desinhibirme y soltarme un poco; y sí, mi afición por la música signó mi lugar en Artecon: sonidista.
En esos días hacer sonido no era tan fácil como lo es hoy con toda la técnica a nuestra disposición. Teníamos dos soportes para trabajar: los viejos y queridos casetes y los vinilos. Los de mi edad se imaginarán los inconvenientes que traían consigo: el casete se ponía pesado, o se estiraba la cinta; además, si el equipo en cuestión no tenía cuentavueltas, ¿cómo caráspita hacíamos si debíamos repetir el mismo fragmento musical en varios pasajes de la obra? Bueno, había que retroceder manualmente el casete e ir escuchando con auriculares hasta encontrar el inicio, o recurrir a la Bic para acomodar la cinta en su punto justo.
El vinilo también tenía su historia. Era inevitable escuchar determinado pasaje en el disco, ubicarlo y sostenerlo para soltarlo en el momento que el director había pautado que la música debía entrar, teniendo sumo cuidado que el disco no saliera patinando y no asustar a los actores que abajo (o adelante o un costado), en el escenario, la estaban yugando duro con la obra.
Los problemas para el sonidista surgían a menudo cuando jugábamos de visitantes, en nuestra ciudad o fuera de ella, (en esos días éramos locales en la Sociedad Italiana). Recuerdo particularmente dos obras, ‘El viejo criado’ (1987) y ‘El Huevo de Pascua’ (1988) (¡gracias Lanzoni por el blog artesanalmente detallado!). ‘El viejo criado’ llevaba música de Astor Piazzolla, extraída de la banda de sonido de la película “El exilio de Gardel” y en una oportunidad, creo que para un encuentro de teatro, brindamos la obra en el Teatro Coliseo. Hete aquí que cuando llegamos para preparar la escenografía, luces y las diferentes cuestiones técnicas para la puesta, descubro que mi cabina de sonido estaba ubicada… ¡detrás del escenario! (no era exactamente una tradicional cabina: había una silla y una mesita de madera, un centro musical arriba de la mesa, ubicados contra una de las paredes detrás de escena) ¿Cómo hacía el pobre sonidista, o sea yo, para escuchar la música y la voz de los actores desde mi posición, detrás del escenario, en un extremo derecho y tapado por los telones y en bambalinas? A pesar de los ademanes tranquilizadores que me hacía el Negro Vega, el director, todavía hoy no lo sé, no me pregunten cómo salió el sonido ese día, no tengo la más pálida idea…
Con ‘El huevo de pascua’ ocurrió algo parecido pero con distancias diferentes. La obra, cuyo escenografía era un capítulo aparte, (espero que algún protagonista de esos días tenga bien de hacer un relato pormenorizado sobre ella), estaba constituida de varios sketchs que, obviamente, cada uno llevaba su música (mi pobre memoria recuerda algo del Gato Barbieri, algo de Los Músicos del Centro y nada más…). Llega la invitación para participar en un encuentro de teatro en Rojas y allí vamos… los integrantes en un colectivo… y la escenografía… en un camión aparte…
Llegamos a la ciudad, vamos a ver el teatro, muy lindo, muy coqueto, pero no para mí. La cabina de sonido estaba ubicada al comienzo de la sala, a treinta o cuarenta metros del escenario, herméticamente cerrada, sin la menor posibilidad de escuchar el zumbido de una mosca que estuviese volando fuera de ella (¡creo que hasta estaba presurizada!). Otra vez… no me pregunten qué pasó con el sonido esa noche…
La obra que más vívida tengo es ‘El viejo criado’. Gracias a los chicos del grupo conocí ese delicioso texto y a su autor, el gran Roberto Cossa. Lo lindo de haber sido sonidista en un grupo de teatro, y particularmente en Artecon, es que uno participaba de la experiencia creativa mientras se ensayaba. Las indicaciones del director, las sugerencias de los actores, las dudas de los chicos hacia dónde dirigir su personaje o cómo interactuar. Por ejemplo, recuerdo haber presenciado una rica charla entre Marcelo Valdez y Walter Álvarez discurriendo sobre el destino y razón de ser de sus papeles en ‘El viejo criado’.
Tuvimos el privilegio de participar en un encuentro de teatro en La Plata y hospedarnos (si no me falla la memoria, a ver Lanzoni) en el Hotel Diamante, a cuadritas de la Terminal (¿existirá todavía?). Para mí fue toda una aventura, no era hombre (bah, pendejo) de teatro, pero compartir esa experiencia fortaleció mi apoyo incondicional hacia la gente que se la juega por el arte. No he convivido con actores que viven de su profesión, si lo he hecho con los que son casi profesionales, pero que no pueden vivir de ella. Siempre me conmovió esa fuerza, esa determinación para llevar adelante su búsqueda a pesar del entorno apático, de la abulia generalizada, contra viento y marea, día y día, perseverando…
Hoy, desde afuera, (pero no tanto, en un rinconcito del corazón sigo siendo un integrante más), cuando me siento en una butaca para vivir una de sus obras, a menudo me asaltan recuerdos imborrables de amigos, de situaciones, de aprendizajes, de compartir tanta pasión por el teatro sostenida a través de los años… los gobiernos… y las tormentas…
¿Qué más decir? Salud Artecon… por tres décadas más…

Mario Cuevas

Mario “CHiqui” Cuevas fue sonidista en 4 obras de las realizadas por Artecon entre 1987 y 1989, realizando un total de 18 funciones. Como él lo explica participó de El Viejo Criado, Vincent y los Cuervos, El Huevo de Pascua entre otras. Sigue colaborando con el grupo con sugerencias musicales para las distintas puestas.

ARTECON: 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 14. Escribe hoy: Patricia Salaverría


Bueno, aquí... recordando tiempos lejanos y hermosos. Entramos a Artecon con Carlitos Boado hace 29 años cuando el grupo cumplía 1 año. Conocimos en Cronos a Duilio y a Nocho que nos llevaron al grupo. Ensayábamos cagados de frio en el antiguo Comedor Escolar, nos llevaba Nocho en su Fiat 600.
Yo, como aspirante a actriz y Carlitos como sonidista, hicimos El fusil de Madera, El gigante Amapolas, No hay que llorar- ya ahí creo que ensayábamos en la Sociedad Italiana-después vino nuestro casamiento, el nacimiento de Joaquín, las cosas compartidas: Historia del zoo., La forestal. Tantas cosas compartidas... Carlitos Cabrera, que no logramos nunca que pudiera decir sesenta. Olga Bissio, Alfredo Valdez, Flavia Soldano, las inolvidables historias de Horacio Coviella, casi el padre de todos; Walter Álvarez, un hermano a la distancia. La partida de Malú, recuerdo esa noche de frio y lluvia acompañando a Duilio por las calles de la ciudad. Nunca olvidaré las tardes de mate y música en casa de Duilio, con la santa paciencia de Irma, su mamá, que tambien nos mira desde arriba. Las giras por Henderson, Daireaux, donde parábamos todos en la casa de Tolo, tambien junto a las estrellas ahora. Viviana, el Flaco, con quienes tambien compartimos el nacimiento de sus hijos, ni hablar de las enseñanzas del Negro Vega, nuestro profe, nuestro director, nuestro consejero, el nono Pérez, Liliana Coviella... Adelma García, tantos.
Esa magia, única, iluminada, que te aceleraba el corazón, esos nervios, esas cosquillas en la panza, ese prepararse y producirse para salir a escena, ese clima único, imperdible e imborrable que le da a uno salir al escenario... y todo lo que quedó, todo lo que pasó y jamás se olvidará.
 Después pude acompañar a Artecon en los primeros Encuentros de Teatro desde la Dirección de Cultura, cuando me tocó ser- recién llegadita a la Municipalidad- la secretaria de la Directora de Cultura, Josefina Chorén. Tambien tengo muchas anécdotas de ella.
Y los amigos del alma que todavía están, mi hermana del corazón, mi amiga del alma, la madrina de mi hijo, Kussy...
Y es mucho creo, pero hay tantas cosas más que recordar, a todos un gran abrazo y gracias ¡Feliz cumple, Artecon!
Patricia Salaverría

Patricia Salaverría integró Artecon entre 1983 y 1986. Participó como actriz en 3 obras, realizando un total de 8 funciones. Aclarando que en ese entonces se realizaban muchas menos funciones de las obras que se presentaban, básicamente por un problema de sala, ya que la mayoría de las obras de ese entonces subían a escena en el Teatro Coliseo. Sus obras fueron: No hay que llorar, El Fusil de Madera y El Gigante Amapolas.



ARTECON: 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 13. Escribe hoy: Pablo Pérez Quevedo

Recuerdo haber llegado a Artecon como a Bolívar y como a la vida, como un paracaidista. Esta comparación no significa que se deba imaginarme desafiando la fuerza gravitatoria en la rotonda de la 226, ni carrreteando contra la vereda de Avellaneda al 700, mucho menos enredado entre telas y sogas en una sala de maternidad. Más bien se familiariza con esta manera aleatoria, tan a propósito, de vivir.
Pasé la puerta roja con entusiasmo, y cuando observé tanta gente reunida en lo que supuestamente era un ensayo, me agarró una especie de nerviosismo. Venía de hacer teatro en un grupo independiente deroense que me recibió a los 15 años, en el que nos costaba mucho superar los cuatro integrantes, contando al director, sin por eso perder la esencia y la fuerza. Pero tanta convocatoria me asombró, siendo una de las características de Artecon, la magnífica manera de sostenerse a través del compromiso de sus integrantes.
Me recibieron, me hicieron un lugar y allí estuve durante todos mis años de tránsito bolivarense. Me integré a los trabajos en la sala y al poco tiempo estaba participando en los ensayos de mi primera interpretación. Me brindaron dos herramientas muy valiosas, confianza y libertad. Confianza para ser parte, libertad de ser y salir cuando quisiera… y eso hice. Avanzo en estas letras tratando de distanciarme sentimentalmente de mis recuerdos, ya que no son pocos… estoy detrás de la cortina negra de la que distaba un metro la pared inamovible de la medianera, y que de adelante se veía como un lugar profundo en el que los actores entraban para perderse en el mundo de sus personajes. El valor de los momentos previos vamos al camarín, apretados maquillándonos, las risas, las caras, la puerta corrediza y ¿quién quiere ir al baño justo ahora? donde los nervios aprietan partes de la mente, que se activan solamente a partir de ellos me siento extraño y estoy seguro que me olvidé toda la puta letra… pero si sabés que mágicamente siempre brota cuando uno sale de su humanidad y vuelve a personificarse… ah pero por eso me olvido  y el mundo cobra otro valor y los niveles de realidad comienzan a derretirse es una locura, estamos sintiendo el calor de los reflectores que empiezan a pegar en el decorado, la música… Surgen las complicidades, vos espiá por ese agujerito, ¿vino mucha gente? y compañerismos,  cuidado que la escalera hace ruido –¿Qué? ¡Que hace ruido y si te grito nos escuchan! Pisá despacito que esa parte de las tablas rechina (sería como una gran mujer de origen hongkonés) – pará, no me hagas reír. Hay una activación de los métodos memo-técnicos que nos protegen del olvido inoportuno y ¿cómo era el pié? Nonononoooo, mirame, mirame, dale mirame… y la tranquilidad profesional que se alcanzó con los ensayos ¡me hago encima! Cierto, cierto el personaje, tengo que buscarlo… no,  no, mejor salgamos juntos y nos encontramos arriba, frente al público además de la seguridad de uno mismo es peligroso, puedo generar un tremendo despelote… y ¿así escribiría un poeta? Si, tremendo despelote, debo tranquilizarme, concentrarme. El público, el enigma siento la respiración de la gente, siento sus ojos, puedo alcanzarlos, puedo comunicarme y el estar siempre tranquilo, calmado ¡si no voy al baño ya, me hago y no es broma! Vamos relajate y volvete a tensar, no salgas ni duro ni blandito, ¡uy! y ahora me toca empezar en escena, me enciendo junto con las luces. Artecon me brindó la maravilla de los infantiles esto está lleno de chicos, y ¿si no logro captar su atención? ¿Pero por qué no se callan? ¡Cómo me voy a hablar a mi mismo si en realidad debo ser otro! Igual no debo expandirme, tengo que sintetizar movimientos y expresiones. ¿Quién me toca? Ah, sus risas, sus pequeños ojitos en mi sueño de hacerles bien.
Pasan tantas cosas en el mundo Artecon… el escenario de ese tiempo era semicircular, la gente asiste al teatro como a un ritual, el escenario es el altar de los sacrificios donde los personajes nos inmolamos o nos amamos y hacemos esas cosas que podríamos hacer en cualquier lado, pero solamente ahí suceden como un redondel cuya base se escondía atrás del decorado para inventar el recorrido por un mundo reducido, que hasta matemáticamente tiende hacia el infinito.

No seré quién brinde nombres propios, ya que todos los saben. Pero quiero expresar mi admiración por un grupo humano que se trasciende, que trabaja constante e incansable, para crecer. Me guardaré para mis adentros, el mundo que inventamos juntos, cada sonido, cada viaje, cada anécdota (que irán aparte), cada ensayo… nuestros tantos acuerdos y poquitas diferencias, la posibilidad de discutirnos y reinventarnos. Eso de hacernos amigos a partir del vínculo artístico y volver a vernos cada vez, sabiéndonos unidos por lazos tan invisibles como indestructibles.
Artecon, ese ser teatral que cumple 30 años, en el proscenio de su vida, se carga al hombro tanta gente, tanta historia, tanto compromiso con el hacer… y camina con pasos lúcidos, sorteando las bambalinas sin agacharse, atravesando sus posibilidades, para superarse en cada uno de esos aplausos que llueven, junto con la caída del telón.

Pablo Pérez Quevedo

Pablo Pérez Quevedo, nacido en la ciudad de Daireaux, vive actualmente en La Plata. Participó como actor en 4 puestas de Artecon entre 2001 y 2003 con un total de 27 funciones. Integró los elencos de El Saludador, El Tucán Escocés, El Herrero y la Muerte y Paula.doc. Es cantante de tangos y escritor, rubro en el que ha obtenido numerosas distinciones.