jueves, 5 de abril de 2012

ARTECON. 30 AÑOS DE VIVENCIAS. Nota 1. Escribe hoy Marcelo Martínez

"Hace un tiempo fui a cenar con unos amigos, quienes son devotos concurrentes a algunos bodegones de comida abundante y limpieza escasa. La cosa estuvo de maravillas hasta la sobremesa, momento en que la charla ocupó el lugar y el grupo se fue ampliando por varios conocidos que llegaron al lugar. Entre el bullicio alguien mencionó recordar unas fotografías de mi paso por Artecon.

Con socarrona curiosidad algunos me preguntaron cómo hace para sobrevivir un actor de teatro independiente, cuanta plata deja una obra y como es que se financia una puesta en escena. Un par de ellos, sintieron curiosidad por la duración de los ensayos, el reparto de personajes y la elección de la escenografía. Otra persona indagó mi parecer sobre el matrimonio igualitario

La variedad y la intensidad de las impresiones que se cruzaron en la charla me convencieron que conviene admitir simpatía por los hábitos de los faquires, antes que confesar haber pertenecido a un grupo de teatro. Por alguna inescrutable razón, revelar esta circunstancia modifica fatalmente la imagen de uno ante los demás, de manera misteriosa y definitiva. Ahí fue cuando detecté que el prejuicio no tiene fronteras.

Contesté de mala gana algunas de las preguntas y otras no contesté. Sin embargo, volví a mi casa recordando detalles de la primera vez que fui a Artecon: Me llevó un tiempo asimilar ese primer ensayo en el que un barbudo medio petiso y un morocho de bigotes bailaban de manera adusta y desafortunada al compás de la “Urraca Ladrona” de Rossini. Ahí fue cuando detecté que el absurdo no tiene límites.

Alertado del cumpleaños de Artecon, decidí exhumar mis últimos 30 años de memoria. Un poco abrumado por la tarea recopilatoria, me alentó saber que el pasado explica gran parte del presente, y que de otra manera uno debiera aceptar la realidad como venga, sin revisar nada. Y para eso ya existe el pragmatismo Noruego, diría el viejo Ibsen.

El asunto con la retrospectiva, es que después de un tiempo se arma tal comparsa de imágenes y de sensaciones que no se distinguen propias de ajenas, uno resucita los personajes pero se le mezclan los sucesos, y por alguna razón metafísica las emociones tienden a amplificarse o a cambiar de protagonistas. Ahí fue cuando detecté que estoy más viejo.

Si retrocedo tres décadas en mi vida, se me cruzan el flaco Menotti explicando algunas cosas sobre el verdadero propósito del fútbol y de la belleza de la vida (y viceversa), la tristeza de mi viejo apenado por la guerra, y Alan Parsons Project sonando en una Ranser que tenía el dial clavado en Radio Colonia para escuchar noticias de Malvinas.

Una vez iniciada la tarea de movilizar neuronas hacia el pasado, me dispuse a campear el asedio de las viejas emociones y recuerdos volvedores. Tras unos días de acoso nostálgico y sesudas especulaciones logré deducir lo que probablemente ya sepan todos los que han pasado por un grupo de teatro: Lo verdaderamente mágico del teatro independiente son las cosas que no son el teatro.

Si escarbo en las sensaciones, tal vez la mejor huella que dejó Artecon en quienes pasamos por sus tablas, sea precisamente efecto del grupo más que del teatro. Es posible que en algún ensayo la fantasía fuera menos estimulada por la magia del guión que por el apuro para conseguir una sala. Quizás, en algunas ocasiones la mueca del drama haya surgido más franca del resultado del juego de dardos detrás del telón que de un ejercicio de memoria emotiva, y seguramente alguna carcajada apareció en escena antes de que la comedia suceda. A lo mejor todo aquello que me ha modificado de manera íntima y permanente no sean los personajes sino las personas.

Si hay algo en lo que no se puede más que coincidir es en que Artecon siempre estuvo emperrado en lo mismo: en hacer pensar. A pesar de las diferencias estéticas o de procedimiento, en estos 30 años nunca se subestimó al público ni se presentaron chambones pasatiempos a los habitantes de Bolívar. En cambio, se ofreció mucho teatro y buena música para sus ciudadanos.

Sé que ni las adhesiones migratorias, ni las discrepancias previsibles han modificado ese espíritu original, en todo caso no han logrado más que justificarlo y convertirlo en necesario. Sé también que cuando se adoptó este difícil camino de la coherencia, también se eligió perdurar.

Quizás el mejor homenaje que pueda rendirse a sí mismo un grupo de artistas, sea precisamente la capacidad de de generar recuerdos. Puesto a elegir, no se me ocurre un mejor regalo para Artecon.

Feliz cumpleaños…!!!

Marcelo Martínez."


Marcelo Ángel Martínez, más conocido como el Laucha, reside actualmente en La Plata. Participó como actor en 7 obras con un total de 52 funciones en el grupo, entre 1988 y 1995. Entre otras: Tres Jueces para un largo silencio, Osías en el Reino del Revés, Historias de Irse, Siempre (1992), El Montaplatos, Será Leo y Cuatro Gatos Locos en donde obtuvo la Mención a la Composición Masculina en el Encuentro Regional de Teatro, Bolívar 91. Fue también iluminador en dos obras del grupo en el mismo período.

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